“Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre”.
(Hechos 15:19-20).
La Palabra de Dios enseña que los miembros de la Iglesia Cristiana deben abstenerse de ingerir sangre (Hechos 15:19-20). La restricción de comer sangre, fue dada por Dios desde que le permitió al hombre alimentarse de carne, se mantuvo cuando se estableció la ley de Moisés, y fue ratificada para este tiempo (o dispensación) de la gracia.
Tan pronto como pasó el diluvio, Dios le permitió al hombre alimentarse de todo lo que se mueve o vive, lo que según el contexto corresponde a toda planta y animal. Sin embargo, también prohibió a los hombres consumir sangre, estableciendo este mandamiento como un recordatorio de que Dios es el dador de la vida, como un testimonio de que la vida proviene de Dios. La sangre es testimonio de la vida, pues contiene el oxígeno y los demás nutrientes necesarios para mantener vivas a las células. Dios les dijo: “El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados. Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo. Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis” (Génesis 9:2-4).
En el tiempo de la Ley, Dios impuso unas restricciones más estrictas sobre el pueblo de Israel, al prohibirles consumir la carne de ciertos animales que se catalogaron como inmundos o sucios, tales como el camello, el conejo, el cerdo, todo animal acuático que no tuviere aletas o escamas, toda ave de carroña, todo reptil que se arrastra sobre la tierra, etc. (Levítico 11). Así, Dios les dio una ley acerca de las bestias, y las aves, y todo ser viviente que se mueve en las aguas, y todo animal que se arrastra sobre la tierra, para que ellos hicieran diferencia entre los animales que podían y no podían comer (Levítico 11:46-47).
No obstante, para la dispensación de la Ley, Dios mantuvo intacto el mandamiento de no ingerir sangre, a fin de que en ese tiempo el hombre también recordara que la vida proviene de Dios. Por eso les dijo: “Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne. No la comerás; en tierra la derramarás como agua. No comerás de ella, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, cuando hicieres lo recto ante los ojos de Jehová” (Deuteronomio 12:23-25)
Cualquiera que en el tiempo de la Ley comiera sangre, estaba desafiando a Dios, por lo cual Dios pondría su rostro contra él, y tenía que ser cortado del pueblo. “Además, ninguna sangre comeréis en ningún lugar en donde habitéis, ni de aves ni de bestias. Cualquiera persona que comiere de alguna sangre, la tal persona será cortada de entre su pueblo” (Levítico 7:26-27). Mientras tanto, todo aquel que observara dicho mandamiento, estaría haciendo lo recto ante los ojos de Jehová, y le iría bien a él y a su descendencia después de él. Aún más, Dios les enseña que les ha dado la sangre de ciertos animales limpios para expiación, a fin de borrar sus culpas por medio de los sacrificios, pues la sangre contiene vida y la vida proviene de Dios.
“Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona. Por tanto, he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. Y cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado. (Levítico 17:10-14).
Cuando la Iglesia Cristiana fue establecida, sus primeros miembros fueron todos judíos o prosélitos judíos. Mientras que la Iglesia estuvo constituida exclusivamente por judíos, todos ellos se abstuvieron del consumo de la carne de los animales que eran considerados inmundos por la ley de Moisés (Hechos 10:9-16). Sin embargo, cuando a la Iglesia entraron personas de origen gentil (es decir no judíos), que estaban acostumbrados a comer carne de animales que la Ley consideraba inmundos, los líderes de la Iglesia se reunieron en Jerusalén a fin de pedir la dirección de Dios, para saber entre otras cosas, qué alimentos estarían permitidos para el pueblo de Dios durante el tiempo de la gracia (o de la Iglesia).
Jacobo, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos… de ahogado y de sangre” (Hechos 15:19-20). Se puede apreciar claramente que para el tiempo de la gracia, Dios permitió consumir la carne de cualquier animal y cualquier alimento que no hubiere sido ofrecido a los ídolos, pero continuó con el mandamiento de no consumir sangre, a fin de que cada uno de los miembros de la Iglesia, recuerde y mantenga el testimonio de que la vida proviene solo de nuestro Dios y que es un regalo de Dios. La abstención de comer lo ahogado, tiene el mismo sentido de no consumir sangre. Generalmente, cuando un animal muere ahogado, la sangre permanece en ese animal, y entonces cualquier persona que coma esa carne también estará comiendo sangre, desobedeciendo el mandamiento de Dios. Esa es la razón por la cual no se debe comer un animal que murió ahogado.
La restricción bíblica de comer sangre, no tiene nada que ver con la transfusión de sangre, que es la “operación por medio de la cual se hace pasar directa o indirectamente la sangre o plasma sanguíneo de las arterias o venas de un individuo a las arterias o venas de otro, indicada especialmente para reemplazar la sangre perdida por hemorragia”. [1] La transfusión de sangre, no es científica ni bíblicamente lo mismo que comer sangre. Cuando se come un alimento, este deja de conservar su composición original, pues el organismo lo descompone para poder digerirlo a través del proceso del metabolismo. O sea que el alimento que se come, se transforma en el sistema digestivo, en sustancias que puedan ser asimilables por el organismo. Mientras tanto, la sangre que se recibe a través de una transfusión, sigue siendo sangre y no se descompone en otras sustancias, por lo cual no podemos decir que es digerida en el sistema circulatorio. La sangre que se come, sufre una transformación en el aparato digestivo, pero cuando se hace una transfusión de sangre, esta sigue siendo sangre, así que la diferencia es grande. El propio Dios Creador está tan de acuerdo con las transfusiones de sangre, que él mismo las estableció cuando quiso que las madres pasaran la sangre a sus fetos por un medio intravenoso conocido como el cordón umbilical, para mantenerlos con vida.
En conclusión, es evidente que la prohibición de comer sangre en cualquier forma, ha sido una ley inmutable de Dios a través de los siglos. Todas las veces que un miembro de la Iglesia se abstiene de comer sangre, está reconociendo la soberanía de Dios, y está dando testimonio que la vida proviene únicamente de Dios.
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